Este año, una de las que compite para ganar el Oscar al mejor efecto de sonido, es Cuando todo está perdido. Aunque quizás una nominación a mejor actor no habría estado mal ya que en la película son los únicos elementos que vamos a encontrar sonido, actor y agua.
Magnífica resulta la interpretación que Robert Redford realiza. Sin nadie que le de la contra excepto el mar.
Esta es la historia, un marinero en alta mar choca con un objeto abandonado que actúa como el iceberg que hundió al Titanic. Desde ese momento la pericia y las ganas de sobrevivir del protagonista se verán puestas a prueba una y otra vez de un modo cada vez más desesperado.
Como decíamos el papel desempeñado por Redford no es nada fácil. Se enfrenta a la soledad, como personaje y como actor. Aguanta todo el peso de la película sobre sus espaldas, sin ayudas ni de diálogos, ni de otros actores, ni de canciones que amenicen el viaje. Nada, la más absoluta nada.
Esto que podría parecer a primera vista que provoque el pensarse dos veces si elegir ver o no el producto resulta ser, en cambio, la fuerza de la película. Se crea una atracción y una complicidad con el marinero difícil, por no decir imposible, de romper. La atención queda capturada en esa pequeña embarcación minuto tras minuto., entre las aguas, buscando un punto en el horizonte que resulte ser la salvación del protagonista. La naturalidad y sencillez con las que el actor nutre al personaje son simplemente admirables. Con sólo su cuerpo, sus acciones, sus emociones y expresiones tiene suficiente para magnetizar al espectador que disfruta, siendo algo malévolos, de la lucha del hombre frente a las aguas o lo que es lo mismo de nuestro egocentrismo frente a la inmensidad de la naturaleza. Otra visión más cabe aún, la lucha del individuo contra sí mismo y su soledad.
Cuando todo está perdido una propuesta simple en cuanto a elementos e inmensamente rica en cuanto a entretenimiento.
